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JOAQUIN V. GONZALEZ
encantados, verdaderos mundos ocultos donde h
luz es deslumbrante, las aromas embriagadoras, las
musicas de infinita dulzura, las mujeres prodigio
de belleza, dotadas de maravilloso poder para trans–
formarse en £lores, en humo y en aves de pluma–
j es y cantos desconocidos. A medida que
el
cuento
·se acercaba al termino las llamas de la hoguera lan–
guidedan; estrechabase el circulo de su reflejo lu–
minoso, y
el
suefi.o cerraba mis ojos gradualmente.
Recuerdo que las ultimas palabras del narrador re–
ferian como el gigante de su historia, despues de
enceITar en un cofre de oro la nubecilla en que
habia convertido a la beldad robada-la hija del
rey cercano,-emprendi6 el camino de la montafia,
y sumergiose en la negra boca de
la
cueva igno–
rada, en cuyo fondo hallabase su magnifica vivien–
da, servida por genios que
el
torjaba, que brotaban
del techo, de lo.s m uros y del aire, pronunciando pa–
labras magicas. . . Cerre los ojos, no sin dirigirlos
por instinto a la profunda cavidad del muro, donde
se rompian las rafagas con bramidos extrafios, co–
mo de fiera perseguich que embiste a la cucva,
y
retr0cede rugiendo si ve al perro heroico a la en–
trada del inexpugnable refogio.
Bien poco dur6 mi sucfi.o, porque la fatiga de
tan violentas sensacior..es mas bien lo ahuyenta que
lo procura; a lo cual se afiadia la influencia de la
obscuridad con sus vagos terrores
y
sus vocerios
interminables; el frio intenso de ese vientecillo de
las noches Iimpidas de invierno, en que las estre–
Uas brillan sobre el profundo azul como pupilas hu–
medas de lagrimas nacientes,
y
en que el rodo se
palpa
y
se congela sobre las rocas, el cesped
y
los
arboles, cual si todos hubiesen amanecido Uorando