JOAQUIN V. GONZAL1'2
tancia, y los perros y todo; nos pondremos en mar–
cha, porque quiero mostrarles los limites de lo que
ha de ser suyo cuando yo muera, y para entrete–
nerlos, hagalos ver una
corrida
de huanacos.
Yo lo oi, y cubriendome hasta la cabeza, me puse
a llorar · convulsivamente. La partida a Cordoba, en
Marzo, era para
mi
una separacion eterna; y ya
pude explicarme la tristeza de nuestro pobre viejo,
y por que se quedaba siempre solo detris de la ca–
ravana cuando marchabamos; por que guardaba si–
lencios tan prolongados
y
por que se esforzaba pa–
ra reir y darnos bromas, mostrando
ttn
buen ht1-
mor excesiva y extemporaneo.
Pero muy pronto vino a distraerme el movimien–
to de las aprestos para el Yiaje, las llamadas a los
campesinos para mandarlas a traer las bestias, las
6rdenes minuciasas del capataz, los fuegos encen–
didos para hacer luz y para preparar el desayuno
de las expedicianarios, las cantos y los silbidos de
los peones, cuanda en medio de la abscuridad se
internaban en las quebradas donde padan las mu–
las, los bramidas del ganada en tadas direcciones,
multiplicados
~ii
infinito par los ecos de tantas se–
rranias.
Entretanto venia el alba, asamandose como mu–
chacha enclaustrada par las rendijas abiertas en–
tre unos y otros picas de la sierra vecina, y em–
pezaba a correr ·ese airecilla helada de las mananas
montafiesas, quedado coma una memoria del in–
vierna que se va, y un anuncio de la primavera que
llega; pera que viene a verter en nuestro ambiente
todos las aromas de otras valles distantes, y a le–
vantar ese olor peculiar de las aglomeraciones de
ganado, que hace abrir las fauces con avidez, en