JOAQUIN V. GONZALEZ
la fatiga y la c61era, s6lo atina a correr y
corret
hasta caer rendida, o extraviar a sus perseguidores
entre el laberinto •:le la montafia.
Aseguradas las salidas del valle con los adiestra–
dos y sumisos perros, que no abandonan la gua–
rida, aunque sean ardientes los impulsos de lanzar–
se a la carrera para lucir la ligereza y el vigor, los–
forzudos jinetes disp6nense a emplear
el
lazo tra–
dicional del paisano argentino. Uno de los mozos
de la estancia, invencible en la maestria con que
10o
maneja, ha tornado por ayudante al veloz y flexible
Curupayti, el cual sabe a maravilla y con ardides
solo de el conocidos, obligar a la presa a pasar por
el sitio conveniente; y cuando a toda velvcidad,
dando saltos y relinchos desesperados, cruza al al–
cance del tiro siempre certero, agita el brazo ro–
busto, y el lazo vuela en onduiaciones elegantes, lle–
vando abierto en su extremidad
el
drculo opresor,.
como si un atleta arrojase
el
arco en juegos olim–
picos, a envolver
el
cuello de
un
huanaco gigantes–
co; cs el momento de Ia ansiosa expectativa, que
clura un instante, mientras el lazri
se
desarrolla en
toda su longitud; porque la presa, al sentir sobre
el cuerpo el anillo que va a estrangularla, redohla
la rapidez de Ia carrera, para cortar de la
estirada
el
lazo, arrancar las cinchas que Io sujetan a la mon–
tura, o derribar del golpe a caball'o y caballero. Pe–
ro no: ya aquel lazo tiene glorias conquistadas en
las duras jornadas de la hierra; resisti6 ia fuerza
de toros tanto mas bravios
y
rebeldes al
bramadero~
enanto por mas tiempo vivieron entre las serranias,.
<t£1tregados
a
las placeres de la libertad
y
de
la
lu–
clia con sus rivalcs.
-i
Si, tira con ganas-gritaba el mozo con or-