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MIS

MONT~S

:au

culiares de esas llegadas de campesinos a un fog6n

de la montafia,

y

sus mil pequefios incidentes vistos

al rojo resplandor del fuego siempre vivo---se con–

trajo a inquirir del cazador rescatado el relato

de

su brava expedici6n, de los peligros, de los acci–

dentes, de la suerte del huanaco perseguido. El md'–

zo,o entre avergonzado y creyente, nos confes6 que

ta! vez a esa misma hora iria at!n corriendo tras

el, porque se habia encarnizado con la caza,

y

pro–

puesto no volver al campamento .sin una sefial, por

Jo menos, de

SU

triunfo; pero CUando llevaba mas

terreno adelantado,

y

quiza a punto de alcanzar la

presa, esta, de improviso, introdujose en la "Que–

brada del Diablo". Recobr6 el, entonces, por prime–

ra vez la conciencia de si mismo, record6 la histo–

ria de ese paraje misterioso, de donde no vuelve

cazador alguno,

y

comprendi6 que aquel huanaco

apartado de la tropilla, sin que los obstaculos, ni

los a1·dides de los galgos, ni la fatiga lo detuviesen,

era el mismo Diablo, que hada tanto tiempo, con–

vertido en v .'.'-iado, h abfa conducido al infierno al

pobre perro Yr_ k ee,

y

hubo de lograr igual 'cosa

con el campero enviado en su auxilio, si un pen–

samiento parecido

al

suyo no le hubiese advertido

el

riesgo irremisible.

Interes6me ardientemente la historia, apenas es–

boza<la en el relato del campesino,

y

prometi6 refe–

rirmela esa misma noche,, a s i que reposara de la

fatiga,

y

mientras

el

fuego ardiese

y

el suefio tar–

dase en sellar nuestros parpados, nuestros oidos

y

nuestros labios.

Hada muchos afios, mi padre viajaba por uno

de los asperos sende-ros de esa montafia, seguido de

algunos peones

y

llevando consigo

el

perro favo-