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JOA.QUIN V. GONZALEZ
nados por todas las sinuosidades de la montafiosa
comarca.
Los tizones de
la
hoguera iban apag!tndose bajo
la capa de sus cenizas, como las pupilas de un mo–
ribundo cuando va ausentandose la vida ;
y
con el
fuego que se extinguia, empezaron a llegar las ra–
fagas de la noche, empapa<las en rocio, como para
borrar de un golpe los tiltimos atomos de ca]or de
las cenizas amontonadas. No pude dormir; volvie–
ron a mi cerebra las ideas de la partida, de la au–
sencia de mis montafias, de gentes
y
pueblos des–
conocidos
y
distantes, de la enfermedad de mi. pa–
dre, la soledad en que quedaria el huerto plantado
de olivos, naranjos
y
rosales en nuestro
ho~ar
de
Famatina; la escuela donde tantas cosas me habian
sido reveladas,
y,
por ultimo, vinieronme amagos de
sollozos cuando present! ese porvenir incierto, vela–
do
y
sombrfo, ese vado indefinible que empieza
desde la separaci6n del hogar, desde que se
entr~
en la adolescencia, desde que se comienza a ver la
vida, a sentir sus realidades
y
a profundizar su5
inroensurables abismos.