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MIS

MON'£A~AS

213

siesta; s6lo Yankee,

el

bravo

cazad~

e inseparable

compafiero, no reposaba un instante. Iba

y

venia

de carrera, corrla hasta encaramarse en altos co–

nOs, desde donde divisaba con mirada fi}a l)acia

uno de los angulos de la montafia; diriase que pre•

sentia algo sobrenatural, porque sus movimientos

eran bruscos, como si sintiese deseos de comunicar

graves presentimientos,

y

renegase desesperado por

no tener palabra. Comenzaban todos a preocuparse

y

a temer del acecho de alguna fiera, agazapada

entre los matorrales; pero el bravo mastin lanz6 de

pronto un la.drido, que estremeci6 con impresi6n ex–

trafia a los viajeros,

y

cuyos ecos alejaronse por

encima de las cumbres,

y

abala.nz6se en son de ata–

que sobre un venado de inmensa corpulencia, de

piel primorosa, de cornamenta extraordinaria, que

acababa de levantarse de entre un agrietado mon–

ticulo, mirandofo con ojos de desafio.

Emprend.ie

ron ambos hada el fondo de los despefiaderos la

carrera, la persecusi6n a muerte;

y

no pudiendo se–

guirlos

la

vista, oiase el estrepito a lo lejos, como

el de una tempestad que se fuese de prisa, batiendo

marchas filnebres con el redoble pavoroso de sus

truenos ...

Toda sefial era inutil para que el pobre perro

volviese. El sol se ocult6 detras de una cumb_re.

y

la noche anunciaba ya su llegaba con difusas olea–

das de sombras, que caian a apifi"lrse en la que–

brada, a hacer mas densa cada vez la obscuridad.

Cuando se lograba un momenta de silencio, mi pa–

dre disparaba sus armas de fuego, para que las ec'Js

llevasen a Yankee la sefial ; y si a ·esa Hamada no

respondia, pues le llegaba, de seguro, asi se hallase.

en

el

paraje mas remoto, era porque

ya

no vol--