MIS
MON'£A~AS
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siesta; s6lo Yankee,
el
bravo
cazad~
e inseparable
compafiero, no reposaba un instante. Iba
y
venia
de carrera, corrla hasta encaramarse en altos co–
nOs, desde donde divisaba con mirada fi}a l)acia
uno de los angulos de la montafia; diriase que pre•
sentia algo sobrenatural, porque sus movimientos
eran bruscos, como si sintiese deseos de comunicar
graves presentimientos,
y
renegase desesperado por
no tener palabra. Comenzaban todos a preocuparse
y
a temer del acecho de alguna fiera, agazapada
entre los matorrales; pero el bravo mastin lanz6 de
pronto un la.drido, que estremeci6 con impresi6n ex–
trafia a los viajeros,
y
cuyos ecos alejaronse por
encima de las cumbres,
y
abala.nz6se en son de ata–
que sobre un venado de inmensa corpulencia, de
piel primorosa, de cornamenta extraordinaria, que
acababa de levantarse de entre un agrietado mon–
ticulo, mirandofo con ojos de desafio.
Emprend.ie–
ron ambos hada el fondo de los despefiaderos la
carrera, la persecusi6n a muerte;
y
no pudiendo se–
guirlos
la
vista, oiase el estrepito a lo lejos, como
el de una tempestad que se fuese de prisa, batiendo
marchas filnebres con el redoble pavoroso de sus
truenos ...
Toda sefial era inutil para que el pobre perro
volviese. El sol se ocult6 detras de una cumb_re.
y
la noche anunciaba ya su llegaba con difusas olea–
das de sombras, que caian a apifi"lrse en la que–
brada, a hacer mas densa cada vez la obscuridad.
Cuando se lograba un momenta de silencio, mi pa–
dre disparaba sus armas de fuego, para que las ec'Js
llevasen a Yankee la sefial ; y si a ·esa Hamada no
respondia, pues le llegaba, de seguro, asi se hallase.
en
el
paraje mas remoto, era porque
ya
no vol--