JOAQUIN V. GONZALEZ
veria mas
el
noble amigo,
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porque, herido
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muer–
to, estaria abandonado de los suyos, perdida la es–
peranza de socorro, o pr6ximo a entregar su cuer–
po atletico a la glotoneria de los cuervos. Fue for–
zoso enviar en su auxilio. La noche era negra ya,
muy negra, y hacia el fondo de Ia quebrada no se
percibia sino tinieblas, repercusiones sepulcrales,
murmullos terrorificos, y solo alzabanse de ella vi–
siones demoniacas envueltas en nimbos de rojiza
vislumbre.
La
noche fue de horribles ansiedades en el cam–
pamento ; nadie hablaba sino para recordar haza–
fias del perro amado, del cazador sin rival, del guar–
dian celoso e insomne en los peligros nocturnos,
y
del auxiiio irreemplazable en las homericas faenas
de la hierra, cuando habia que derribar las novi–
llos salvajes, o reducirlos a prisi6n dentro de los
corrales de la hacienda del Huaco. Entonces Yan–
kee hada la tarea de mucbos hombres, vencia con
fuerza y astucia los toros enfurecidos, asi ·
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ataca–
sen bramando para despedazarlo con sus afilados
cuernos, o ya corriesen por entre las marafias de
Ios talares espinosos a buscar refugio en las cum–
bres.
El nuevo dia alumbr6 Ios senderos del precipi–
cio, y entonces pudo verse al campesino, volviendo
en silencio, con la cabeza inclinada sobre
el
pecho
y
escalando apenas, sabre la fatigada mula, las ar–
duas pendientes. Venia solo
y
triste.
-j
Yankee ha muerto, Yankee se ha per<lido pa–
ra siempre !-fue el grito intimo,
el
pensamiento de
todos al ver acercarse al jinete, cuya marcha pa–
recia tanto mas lenta cuanto mas acelerados cran
los latidos de los corazones que esperaban sus nuc-