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JOAQUIN V. GONZALEZ

mos, mi padre sumido en el

ma!'

caviloso silencio,

a su lado Humaita en su actitud escult6rica <le mas–

tin mediaeval, despidiendo de las pupilas chorros de

luz al reflejo de las tizones, y nosotros, poseidos de

un vago terror, en el cual habia, lo recuerdo muy

bien, mucho de las supersticiones recogidas en los

cuentos del fog6n, y de la creencia en el diablo, ha–

bitador de aquellos f antasticos laberintos.

De pronto y nuevamente irgui6se el noble

perr~.

mir6 a mi padre y corri6 hasta

el

limite de las re–

flej os de las llamas; volvi6 en seguida Ueno de

ju–

bilo,

y

miraba hacia la obscuridad coma diciendo–

nos : ah.i vienen. No tardamos en sentir el tropd

de las cabalgaduras, y luego las ecos de las conver–

saciones

de

las jinetes. Humaita retozaba

y

se daba

vueltas sabre la arena: queria decir que el cazadoc

volvia salvo y sano de la peligrosa jornada. N ues–

tro grupo torn6se bullicioso y alegre; las perros de

caza eran recibidos por

el

viejo

mast.in

, quien pa–

recia hablarles en secreto, o recibir de cada uno

el parte de la misi6n cumplida. Curupayti esqui–

vaba

el

saludo a su venerable jefe,

y

todo por no

dejar de inferirle un agravio, o porque se sintiese

ya satisfecho y orgulloso de alguna proeza reali–

zada en la expedici6n; vino hacia nosotros e hizo–

nos algunas morisquetas, como para advertirnos de

la broma que jugaba

al

rey c;Ie la jauria; pero este

ya no podia tolerarlo,

y

acercindosele, le puso sa–

bre el cuello una de sus manos de le6n,

y

un gru·–

iiido tosco

y

malhumorado bast6 al travieso

Crrtt–

payti para comprender que

el

viejo Humaif.,

rw

es–

taba para juguetes, ni para permitir que se le fal–

tase

al

rcspeto.

Toda nuestra ansiedad-pasadas las escenas

p~-