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JOAQUIN V. GONZALEZ
to triste, para una leyenda fantastica. para una tra–
dici6n perdurable. Aunque palida y clescolori<la esta
descripci6n de Ia caza primitiva, ella constituyc en
Ia
vida montafiesa uno de las espectaculos mas sor–
prendentes e intet·esantes, no ya s61o para
el
pai–
sano habituado a sus emociones de actor, si:no, en
mas alto grado, para el observador, ajeno a las in–
fluencias de aquel medio.
Cada uno de los detalles de esos cuadros es una
fuente de hondas impresiones artisticas, dificiles de
concebir si
:no
se las ha recogido por la experien–
cia, y mas arduas aun de pintar, si no se Bega ;
irnprimir al lenguaje
1a
misma rapidez y la misma
infinita riqueza de tonos
y
de elementos salvajes,
aire asi, las cuales, no
por
haber quedado fuera
d~
la cultura moderna, son menos ricos en colores, en
imagenes y en asuntos. La magnitud <lel teatro, 1as
proporciones -inmenst.irables de las obstaculos a la
a.cci6n humana, la rudeza nativa de las actores, esa
il!1consciencia estoica del peligro para jugar con Ia
vida coma los nifios con sus muiiecas, son agentes
<JUe antes o!mcan
y
ciegan al criteria, que lo con- •
ducen
y
lo iluminan. En aquella caceria he visto
episodios de eterna impresion, por lo inverosimiles
al simpJe enteadimiento, y por el terror que me cau–
saron al verlos realizados por seres de mi especie.
Uno de los jinetes de la partida, montado en
diestro caball(') montafies, provisto del guardamontc
y
del lazo tradicionales., segufa con aturdido entu–
siasmo, por dar akance a uno de los huanacos de
1a
manada, el cua.l corria sin que lo detuviesen las
selvas espinosas ni las
af
iladas cumbres. Pronto el
grupo pareda diminuto a nuestros ojos, y oiasl:! el
estrepito con que rodaban al fondo de las abismos