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MIS

MONT~AS

tt1ientos al pobre perro, porque le vi

'm.os

incorpo–

rarse de subito, hundir

SUS

dientes en la garganta

del adversario, que cayo a sus pies con todo

el

pe–

so de la extenuaci6n

y

1a fatiga. Humaita mantu–

vose asi, sin soltar la presa, hasta que las dificul–

tades del Camino permitieronnos Ilegar hasta

el.

Encontramoslo ya mas bien como un amigo que

guardase el cadaver de un compafi.ero caido en una

jornada COmun, en la miS!na clasica actitud de

SUS

guardias nocturnas, sentado sobre las patas

y

con

la cabeza inclinada, mirando tristemente en los

grandes

y

negros ojos de

SU

vktima Ios ultimas re–

flejos de la vida que se ausentaba. Tenia el cuerpo

acribillado de heridas,· la cabeza abierta corns a

golpes de maza,

y

cuando mi padre puso sobre su

cuello

la

mano carifiosa,

el

noble guardian de su

sueiio se recosto a sus pies lloriqueando

y

corno pi–

diendole que no se apartase de su lado. Rodeamos–

lo todos con cierto religioso respeto: Imponianos

i;ilencio el aspecto del cuadro : la sangre corria de

su cuerpo, vertia de sus plantas desolladas por las

asperezas del granito,

y

chorreaba de algunas ve–

nas abiertas por las espinas o por los dientes de la

victima durante la lucha. Resolvimos permanecer

en aquel sitio hasta que el bravo, el leal Humaita

recobrase alientos para la vuelta.

·

Del otro !ado de la cuesta llegaban toclavia los

gritos de los cazadores

y

los laclridos de los gal–

gos. La lucha continuaba,

y

vamos pronto

a.

asistir

a otros episodios que no deben dejar de aparecer

en estas paginas, donde, por lo menos, ban de adi–

vinarse las costumbres

y

el temple de la gente mon–

tafiesa. El resto de ta m.anada perseguida ha per-–

dido ya la esperanza de la fuga, '

y

entre el terror: