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JOAQUIN V. GONZ.AI.JtZ
que en estrechar la blanda cintura de las morochas,
siempre
al
alcance de sus brazo como si los estu–
vieran esperando
?
El baile se arma en cualquier partc, a la luz del
sol y sabre
el
suelo fapizado de yuyos, como a los
exiguos resplandores de un faro!
y
sabre
el
chuse
criollo. Ellos nada tienen que ocultarse, y prefieren
la tertulia de sobretarde, donde por mas que se
arri–
men unos a otros, nunca han de hallar esplendores
falsos ni mentidos colores.
Aquellas cejas negras de las muchachas provin–
cianas tienen las rakes hondas,
y
son regadas por
una savia virginal que da brillo
y
aureola a los ca–
bellos, a la
simpa
exuberante que envuelve su cuer–
pc. cuando la dejan chacotear en libertad sabre la
espalda. Los rayos del sol alumbran hasta el fondo
de aquellas pupilas, de las cuales surgen las mira–
das timidas, asomcindose cautelosas par entre las
hilos de} Cereo de ebano,
COIDO
teniendo miedo de
ser sorprendidas por
el
amante en acecho; el joven,
inclinado para hablar cerca del oido, las obliga a
levantarse, ruborizando la mejilla tostada y escu–
drifiando la fuente rec6ndita de los sentimientos en
breves palabras confesados.
Un clave! rojizo se marchita
y
ennegrecc, pren–
dido en media del pecho,
alli
donde se cruzan las
puntas del pafiuelo de seda, dejando ver apenas las
orillas del encaje tejido por
ella
misma bajo la som–
bra de su rancho ; el enamorado campesino clava
en el los ojos tristes
y
humedecidos, como fascina–
dos por un punto de
f
uego qoe mar•e:....e el resorte
de un tesoro oculto; el compas de la danza se ha
perdido, los pies se mueven sin impulso, los bra–
zos se estrechan
sin
saber
por
qui,
b
morcnita de-