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11'

JOAQUIN V. GONZ.AI.JtZ

que en estrechar la blanda cintura de las morochas,

siempre

al

alcance de sus brazo como si los estu–

vieran esperando

?

El baile se arma en cualquier partc, a la luz del

sol y sabre

el

suelo fapizado de yuyos, como a los

exiguos resplandores de un faro!

y

sabre

el

chuse

criollo. Ellos nada tienen que ocultarse, y prefieren

la tertulia de sobretarde, donde por mas que se

arri–

men unos a otros, nunca han de hallar esplendores

falsos ni mentidos colores.

Aquellas cejas negras de las muchachas provin–

cianas tienen las rakes hondas,

y

son regadas por

una savia virginal que da brillo

y

aureola a los ca–

bellos, a la

simpa

exuberante que envuelve su cuer–

pc. cuando la dejan chacotear en libertad sabre la

espalda. Los rayos del sol alumbran hasta el fondo

de aquellas pupilas, de las cuales surgen las mira–

das timidas, asomcindose cautelosas par entre las

hilos de} Cereo de ebano,

COIDO

teniendo miedo de

ser sorprendidas por

el

amante en acecho; el joven,

inclinado para hablar cerca del oido, las obliga a

levantarse, ruborizando la mejilla tostada y escu–

drifiando la fuente rec6ndita de los sentimientos en

breves palabras confesados.

Un clave! rojizo se marchita

y

ennegrecc, pren–

dido en media del pecho,

alli

donde se cruzan las

puntas del pafiuelo de seda, dejando ver apenas las

orillas del encaje tejido por

ella

misma bajo la som–

bra de su rancho ; el enamorado campesino clava

en el los ojos tristes

y

humedecidos, como fascina–

dos por un punto de

f

uego qoe mar•e:....e el resorte

de un tesoro oculto; el compas de la danza se ha

perdido, los pies se mueven sin impulso, los bra–

zos se estrechan

sin

saber

por

qui,

b

morcnita de-