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JOAQUIN V. GONZA.l,Ji;Z

mento!

Cuando el Ultimo verso y la Ultima pulsaci6n de

la

oordona ban quedado repercutiendo en

la

noche

muda, ya no pue4en esperar mas tiempo,

y

ha–

ciendo

Ull

heroico esfuerzo,

eJ.

Se desprende de

SU

banco, salta sabre

el

cabalfo que le llama con re–

soplidos

y

se aleja al galope. . .

La

guitarra ha cai–

do sabre las faldas de la novia, como para d<!–

cir Io que call6 su duefio en la extraiia despe–

dida,

y

despues de una larga meditaci6n que atrae

muchas veces a su garganta empujes de sollozos,

h

pobre enamorada se va tambien, acariciando con

la punta de los .dedos las cuei;-das, como llamand0

la canci6n que se ausent6 sobre la brisa errante.

El gaucho argentino es siempre

el

mismo bajo

todas las latitudes de nuestro inmenso territorio; la

tristeza es el fondo de su ser, porque se la infun–

d~

Ia soledad de

la

llanura y sus lugubres cre–

pusculos, y se

la

vierten la sombrfa majestad de las

montafias y los rec6nditos bramidos del viento apri–

sionado en las quebradas profundas. Arna siempre

con vehemencia, poniendo en el

am.or

la vida, ya

a la campesina de tez morena en cuyos ojos arde

el fuego del clima, ya a la tierra de su -nacimiento,

regada en los combates y en los infortunios con

la sangre de s11s padres. El sabe- la historia, porque

alli esta, clavada

al

tronco del algarrobo del cami–

no, la cruz negruzca en cuyos brazos se lee

la

fe–

cha de la vh1dez de su anciana madre; alli, a la

sdida de

la

aldea, se ve a<in manchada con sangre

la

piedra que sirvi6 de banquillo a los defensores

de la patria, y alli, muy cerca, el camposanto don–

de se enterr6 a montones los cadaveres de sus an–

tt.pasadas, de sus amigos, de sus compafieros.