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KIS l!ONTARAS

115

ja caer la cabeza sobre

el

hombro de su compafie–

ro, sin ad vertirlo, y mientras sigue el perezoso bai–

le, hay una sonrisa en su boca ros.a-da y el velo de

una 13.grima se extiende sobre

~d's

pupilas entre–

abiertas. Nada se dicen con palabras; las miradas

dormidas son suplicas que

se

entienden, promesas

que se corresponden, reflejos mortecinos del mundo

ideal en que

se creen

transportados. Muchas veces

nc, ban advertido

el

silencio de la musica, y siguen

la

prolongacion del Ultimo cotnpas, mientras

el

con–

curso los contempla con esa buiila piadosa que ins–

piran

los enamorados, coando

han

perdido la no–

ci6n de lo externo.

Son los novios de la aldea, y esperan la venida

del parroco para cumplir los votos jurados en pri–

mavera, cuando florecian los duraznales y las cepas

destilaban su llanto cristalino ; y entretanto se de–

voran sus almas

y

se ahondan sus ojos. El es

el

payador de la comarca,

el

de las decimas llorosas

y

de romances melanc6licos ; sabe la historia de las

aves

y

de las £lores, y ·su voz tremula canta los

iuilios de los bosques, los amores primitivos, las

poesias de las puestas de sol y de las noches de

luna, cuando

el

genio de Famatina asoma entre lla–

maradas sobre los campos de hielo de la altura,

oprimiendo

el

coraz6n de cuantos oyen el profundo

gemido que trae el viento a los valles ; y solo muy

rara vez, y a escondidas de la

~ente,

entona la can–

"ion

de su amor, cuando senta'--o en el patiecito de\

rnnc}10, al lado de

su

novia, ella se la pide con tono

de

ruego. Entonces,

1

c6mo vibra su voz juvenil

y

cbmo

,brillan sus ojos insomnes, levantados al cielo

para ..-ecordar la poesia

y

para presentar cl rostro

ar:ibe a la luz plena de luna dormida en el firma-