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MIS MONTARAS

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das las familias. La mas estrecha intimidad los

unfa, se visitaban todas las noches, y siempre apar–

tados de la gran rueda £armada de hijos, nietos y

biznietos, conversaban sin interrupcion hasta las

dace, hara en que la tertulia se disolvia, despues

del

clasi.co

te de las familias provincianas.

Una de esas noches departian tranquilamente en

sus sillones, preparados en el patio sabre un chu–

se cuadrado, al claro de una luna llena que ilumi–

naba las mas lejanos accidentes de la planicie. Uon

Guillermo tenia un espiritu vivaz y penetrante

y

una gran ilustracion en ciencias, poHtica y literatu–

ra; y durante los afios (!Ue fue senador de

l~

Re–

publica habia tratado a los hombres mas eminentes.

Su conversaci6n era, asi, interesantisima, atrayente

y

muchas veces poetica. Mi abuelo don Maximilia–

no no 1Jcup6 altas posiciones, pero alimentaba sin

cesar su inteligencia con las serias

y

escogidas lec–

turas de su rica biblioteca, la primera que desper–

t6 en mi la curiosidad de las letras.

Estaban de buen humor, y llamaron a su lado

la reunion con gran sorpresa de senoras y caba–

lleros, habituados ya a ver ·esos dos fil6sofos, indi–

ferentes en apariencia a las alegrias y juegos de

la

f

amilia. Don Guillermo saca del bolsillo dos

grandes cigarros, y ofreciendo uno a su hermano,

le dice como una

o~rrencia

subita:

-"Maximiliano, ya sabes qut> soy supersticioso

y

vamos a poner a prueba a la fatalidad ; aquel de

nosotros que concluya antes su cigarro, fumandolo

con la lentitud acostumbrada, se morira primero''.

Paco se festej6,

y

en indecisas frases, la salida

inesperada ; y olvidados pronto del incidente, sigui6

la charla hasta mas alla de la hora habitual, hasta