MIS MONTARAS
119
das las familias. La mas estrecha intimidad los
unfa, se visitaban todas las noches, y siempre apar–
tados de la gran rueda £armada de hijos, nietos y
biznietos, conversaban sin interrupcion hasta las
dace, hara en que la tertulia se disolvia, despues
del
clasi.cote de las familias provincianas.
Una de esas noches departian tranquilamente en
sus sillones, preparados en el patio sabre un chu–
se cuadrado, al claro de una luna llena que ilumi–
naba las mas lejanos accidentes de la planicie. Uon
Guillermo tenia un espiritu vivaz y penetrante
y
una gran ilustracion en ciencias, poHtica y literatu–
ra; y durante los afios (!Ue fue senador de
l~
Re–
publica habia tratado a los hombres mas eminentes.
Su conversaci6n era, asi, interesantisima, atrayente
y
muchas veces poetica. Mi abuelo don Maximilia–
no no 1Jcup6 altas posiciones, pero alimentaba sin
cesar su inteligencia con las serias
y
escogidas lec–
turas de su rica biblioteca, la primera que desper–
t6 en mi la curiosidad de las letras.
Estaban de buen humor, y llamaron a su lado
la reunion con gran sorpresa de senoras y caba–
lleros, habituados ya a ver ·esos dos fil6sofos, indi–
ferentes en apariencia a las alegrias y juegos de
la
f
amilia. Don Guillermo saca del bolsillo dos
grandes cigarros, y ofreciendo uno a su hermano,
le dice como una
o~rrencia
subita:
-"Maximiliano, ya sabes qut> soy supersticioso
y
vamos a poner a prueba a la fatalidad ; aquel de
nosotros que concluya antes su cigarro, fumandolo
con la lentitud acostumbrada, se morira primero''.
Paco se festej6,
y
en indecisas frases, la salida
inesperada ; y olvidados pronto del incidente, sigui6
la charla hasta mas alla de la hora habitual, hasta