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MIS MONTARAS

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rosas ordinarias, pero con la virtud de crecer de

prisa y cubrir de apretado follaje los muros limi–

trofes. Nosotros eramos

SUS

peones, armadas de

palas

y

azadas, y ella nos dirigia sefialandonos con

cruces marcadas en el suelo las excavaciones para

las plantas nuevas, que ya tenian sus rakes en hu–

medad. En seguida ella misma, atacando la tierra

con sus propias manos, encerraba los gajos de ala–

mo, de rosa, de naranjo y de los olivos desprendi–

dos de sus abuelos,

y

ella misma distribula las se–

millas en las zanjas abiertas por nuestras herra–

mientas.

Veiamos retozar el contento en aquel rostro,

sombreado por tantos infortunios

y

tantos soles;

sentiamos la influencia de su dicha intima y tra–

bajabamos sin fatiga desde la mafiana a la noche;

la oiamos reir a menudo de nuestras torpezas, co–

mo si

la

pobre no advirtiera que nos improvisaba

hortelanos, jardineros y labradores.

Alli

andabamos todos con los pantalones arre–

mangados hasta las rodillas, los pies descalzos,

y

en mangas de camisa, paleando como jornaleros em–

pedernidos, sin con£esar cansancio, ya porque la

alegria de mi madre nos comunicara un

f

ebril en–

tusiasmo, ya porque rivalizaramos en fortaleza

y

en

maestria, ya, . finalmente, porque sablamos que

la

recompensa era de todo nuestro agrado. Mi pa–

dre iba a vernos trabajar cuando volvia de sus ocu–

paciones, sentabase debajo de un arbol a reir tam–

bien y a decirnos bromas que nos estimulaban con

mas ardor a la tarea, picando nuestro amor propio

con dudas acerca de nuestras fuerzas,

y

apostando

a que mas podia la raiz de

la

maleza que el

filo

de

nuestras palas.