MIS MONT.ARAS
ciendole sombra para que duerma, ventanas
y
celosias, para que entren colores de alborada ;
le danzan en torno, lo besan
y
lo acarician–
como nifias traviesas vestidas de gasas diafa–
nas : todo esto con la rapidez de los suefios
y
las transiciones inesperadas de una linterna magica,
que estuviera proyectando sus imagenes sobre un
lienzo, dando apenas tiempo para percibirlas, Y•mien–
tras el astro majestuoso, rey de los mundos, va lle–
gando
y
apagandose tras de la
emin~nte
cima de
la
montafia. Las nubes Io siguen hasta el limite del'
cielo
y
del granito, se apifian todas a despedirlo, y
el
las bafia de
un
resplandor rojizo que va obscu–
reciendose lentamente, hasta que l'a noche ha vela–
do el escenario infinito donde han de d'ormitar los–
planetas, las constelaciones y los dos d'e astros que
surcan
el
firmamento como arenas lurmnosas.
La
distancia no permite percibir fos rumores, los
estrepitos, las marchas guerreras, los himnos
triun~
fates, los acordes religiosos, Ios cantos
y
las musi–
cas a cuyo compas se desenvuelve aquel fantastico
cuadro; solo llega
~
los valles un rumor sordo y
profundo, sin soluciones ni modalid'ades, como se–
oye a lo lejos el eco de campanas echadas a vuelo;.
o
de truenos prolongados de
una
tempestad ahoga–
d a en Ios precipicios de una cordillera; pero
la
ima–
ginaci6n reemplaza a
la
vista, y puede forjarse las
armonias
y
los tonos correspondientes a cada esce–
na, a cada movimiento
del
grandioso espt:.ctaculo,
en
el cual parece como si
un
mago escondido entre las
nieves hiciera aparecer en el lienzo celeste del fir–
mamento toda una mitologia ignorada, epopeyas–
ideales
y
humanidades hab\tadora s de otros mun–
dos.