JOAQUIN V. GONZALF;Z
ellas a su paso se aprietan, se condensan, se sepa
ran, se bifurcan, le abren calles inmensas, le for–
man drculos como para encerrarlo, lo velan breves
instantes, le cubren los ojos con vendas, le prenden
diademas, le pot1en penachos y plumas de oro, le
despliegan banderas multicolores, le levantan dose–
les, le colocan pedestales negros, le cuelgan corti–
r.astransparentes, le queman incienso en altisimas
columnas, le alzan y bajan telones fantasmag6ricos,
k dibujan paisajes maravillosos, le desarrollan ma–
pas de paises ideales, le construyen palacios y tem–
plos, castillos y puentes de torreones cicl6peos
y
de arcos inverosimiles; le extienden mares, lagos y
rios, surcados por buques de velas desplegadas
y
rodeados de montaffas
y
grandes bosques ; le hacen
desfilar ejercitos de gigantes, rebafios de animales
apocalipticos, bandadas de aves desconocidas que
If:
azotan el rostro, fantasmas de blancas
y
flotantes
t{micas, legiones de demonios rojos
y
espeluznantes
en contorsiones grotescas, despidiendo llamas
y
llu–
vias de polvo, angeles del paraiso qtte Cruzan el
espacio con trompetas, estandartes, espadas
y
ramas
de olivo, carros de guerra de la Iliada tirados por
monstruosos corceles o dragones de fauces enormes
y ,
montados por hombres inmensos; procesiones so–
lemnes de ciclopes, que ya marchan lentos, ya se
arrodillan a intervalos, le remedan la forma de los
vertices del cerro, las grietas y los torrentes, agru–
pandose, superponiendose, rasgandose
y
estid.ndo–
se sin cesar; le hacen correr a sus pies arroyos de
plata y oro fundidos, lo em,_.,·3an como un bt-illante
en marcos con relieves colosales, lo visten de
man–
tas impcriales de purpura, le tienden lechos mutli–
dos con colgaduras de encajes como espumaf ha-