JOAQUIN V. GONZALEZ
z
Cuando todo esto se ha perdido bajo la capa uni–
forme de
la
noche,
y
las nubes descansan de sus
juegos olimpicos, acurrucadas en una hendedura
<lel
macizo o detras del horizonte, una vaga, tenue
y casi imperceptible claridad comienza a bafiar el
espacio desde el Oriente, donde, separada del Fa–
.inatina por un valle de diez leguas, se e.,"'Ctiende la
sierra de Velazco.
La
vista se vuelve a esperar las
nuevas sorpresas anunciadas con esa luz difusa
y
suave, pero que va avivandose y coloreandose de
oro a medida que el foco se acerca a la cima.
De subito revienta sobre un negro pico del mon–
te un punto centelleante; se agranda, se eleva, has–
ta desprenderse pronto de las tini'eblas, y es la lu–
na llena, grande, dorada a fuego, envuelta en au–
reola de iris, qu.e ha venido espiando cautelosa, ve–
iada por brumas, la puesta del sol, hasta que arro–
jandolas de un golpe a sus pies, ha irradiado en
toda la plenitud de su belleza. Esta' SU.bita aparici6n
de la luna en
el
Oceana azul de los cielos, recuerda
la virgen timida, que entre el follaje del bosque se
interna paso a paso, mirandq con recelo a todos
lados y temiendo hasta del rayo de luz que se fil–
tr6 por las hojas, porque no la vea desnuda, la ca–
bellera suelta, los pies de rosa hollando
el'
cesped
y envuelta apenas en una rica tt'.inica que vela las
curvas griegas ; pero cuando ha llegado a la mar–
gen del torrente, donde tiene su bafio de espumas,
y segura de hallarse sin testigos, arroja al suelo
la nitida envoltura, la selva se estremece ante la
irradiaci6n repentina de la virgen de marmol co–
loreada por rosas primaverales.
Asi el astro sereno de las noches se aparece sa–
bre el valle, que enmudece de amor, y luego cau