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MIS MONTARAS

con todas las voces de sus musicos silvestres el

himno adormecedor de su arrobamiento, mientras

ella recorre el camino marcado por las estrellas que

amortiguan su luz para mirarla pasar, sofiando

y

vertiendo inadvertida sobre la tierra el tesoro de

sus bendiciones y de sus encantos. 1Como ha cam–

biado la escena en las cumbres del Famatina

!

1Con

CUanta dulzura y placidez reverberan ahora SUS la–

minas blancas,

y

cuantas visiones de incomparable

poesia se ven cruzar de cima en

cim~

sobre el ter–

so tapiz fosforescente envueltas en lampos de luz y

con fulgores de astros errantes

!

Imaginad un inmenso pedestal de nieve cuya

cU–

pula rasga el azul del cielo, y en cuyas caras el

escultor ha bordado relieves colosales que la luz

anima y mueve.

l

Cual es el Dios que va a erguirse

sobre· su cima centelleante?

El genio habitador de las grutas, que reina en las

vastas soledades de Jas alturas, ha detenido el pa–

so; y en extasis sublime contempla a

la

dormida

reina en sus amores, que se acerca como impelida

por un suefio divino a reposar del viaje sideral en–

lre SUS brazos, sobre la CUSpide del pedestal de nie–

ve. Ya se dieron el abrazo resplandeciente; la luna

ha posado la dorada cabeza en la almohada de blan–

cos capullos: el genio solitario de America ha dado

a sefial del canto a todo su reino alado y ludfero,

' el arrullo solemne empieza al unisono, mientras

nillares de seres de formas impalpables llevan en

narcha cadenciosa a la reina de los cielos dormida

sobre un lecho de tempanos.