IQ
]0AQUIN V.
GONZAL~
sacrificab.anpara sacarnos de las "tinieblas de la
ignoranc.ia'' :_:_asi solian decir mis discursos.
Era de verse
la
clase de lectura-nuestru des–
ahogo--porque
.el
profesor nos seiialaba largas ,pa–
ginas de
La conciencia de un nino,
para tenet' tiem–
pc de cefiar, c6modamente en las piezas intt>riores
donde vivia. Quedabamos solos, entregados
i:i.
nos–
otros mismos, sin rey
ni
Roque, sin miramientos y
sin respetos para nadie, ni siquiera para los bancos
del gobiern.o, que pagaban la fiesta. Tan oronto
conveniamos en leer todos a un tiempo la onisma
cosa, como a quien gritaba mas f uerte. La iectura
comenzaba en tooo moderado, pero iba aumentan–
do en intensidad y rapidez hasta que haciamos un
soio borr6n, sin que el diablo pudiera entendernos;
aUa saitaba uno sobre una banca para dominar des–
de arriba, por lo menos, a ios otros, ya que no pu–
d1era con la voz; aqui se encaramaba' otro sobre
lai
mesa del maestro, y revistiendo su autoridad
motu
proprio,
e imitando su gesto, gritaba como un da–
rinete destemplado :
-4
Sileeeencioooo
!...
El entusiasmo,
el
vertigo, mejor dicho, .subia)
de punto; y ya volaban cuadernos, libros, puiiados
de papel, lapices, tinteros llenos y vados, sobre
e'
usurpador osado que se permitia representar,
si–
quiera fuese en caricatura, la menor
~dea
de orde11
en aQuella asamblea de demonios sueltos. Otros
s:
trababan en pugilato sobre los asientos, y rudaban.
trenzados como Aniel
y
la serpiente, por
el
suelr
polvoroso y aventadizo de la clase, pisoteadc
todo~
los dias por
mas
de cien muchachos; otros tnal
in- .
clinados abrfan
el
oyito
en
el
piso
y
se ocupabar
de jugar a la
quema
con bolitas de cristal _pinwrrea-