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JOAQUIN
V. GONZALEZ
cu
art
el general-la plaza de
la
escuela.
Ya
estamos
de pie, el agua esta congelac!a, hace un frio "de
cortar las carnes", no amanece y estan cayendo
gruesos capullos de nieve. No importa, vamos: ya
ha sonado la Hamada
y
no podemos ser los ultimos.
.Al asomar a la calle, el suelo esta alfombrado de
tapiz blanco, terso, finisimo, como que esta cayend.-:>
del cielo, y nuestros pies se hunden en el, mientras
corremos a la formaci6n y mientras nuestros cora–
zones laten con la ansiedad de la expectativa. Et
tambor toca asamblea sin cesar, hasta que
el
ultimo
soldado ocupa su claro en la fila,
y
entonces la
Hamada termina con un redoble vigoroso, digno de!
veterano que solo empufia los pali'llos los dias de
la patria. Ya estamos todos: la guardia nacional ar–
mada de fusiles grandes, de chispa, ocupa la cabe–
cera de la colmena; en seguida nosotros, el bata–
lloncito blanco
y
celeste, alineado correctamente,
de manera que nuestros trajes uniformes parecen
una bandera estirada, tiritando de f rio
y
dandn
diente con diente, las manos insensibles
y
los pie::–
como si fuesen de hielo. No importa; el pequefin.
bata116n no defecciona; esta firme, rectificando
la
linea de formaci6n
y
atento a la voz del jefe, el
maestro, que tambien tirita como nosotros,
y
por
eso le queremos
y
le obedecemos.
-1 Armas al hombro
!
.i
Media vuelta
!
I Paso re–
doblado
!
IMar ...
!
Una banda de musicos aficionados -nos precede,
tocando trozos marciales que nos encienden en
be–
lico entusiasmo; las piernas se mueven con perfec–
~.a
simultaneidad; no se altera la formaci6n por
el
frio, ni por tropiezos; de todas las bocas salen co–
lumnas de vapor como de calderas hirvientes, mien-