XVII
LA CHAYA
Asistamos ahora a una de las fiestas mas ongi–
nales de estos pueblos montafieses. Pero antes quie–
ro trazar
la
historia de sus preparativos, ya en los
centros habitados, ya en la soledad de las selvas
-de algarrobos seculares, tanto mas fecundos en
~ru
tos cuanto mas gruesa y agrietada es la cascara
qne los reviste. Los primeros calores del estio han
de.i>pertado de su amodorramiento a las chicharras
y
al
co·-.w-:yo,
los cuales empiezan a rascar sus
clti–
rriadoras guitarrillas,
y
a adormecer
IDS
flat"lOS
in–
termedios con su grito prolongado
y
triste. Son los.
anuncios de la madurez de las frutas silvestres; los
ranchos comienzan a animarse despues de un afio
de mutismo
y
holganza, durante el cual los mora–
dores no se ocuparon sino de esperar el verano, con–
sumiendo la pasada cosecha, entregac!.os a muy es–
casas labores, o refiriendose cuentos a la luz
dd
fog6n, con la indolencia del arabe fatalista y so–
fiador.
Si, ya ha cantado el coyoyo entre Ios arboles, )'
las noches se narcotizan con el rumor de sus
cov–
ciertos mon6tonos ; es preciso ir a buscar a los as·