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JOAQUIN V. GONZALEZ

rastl'os de nifio, lanza sus quejidos lugubres

desde

-el

fondo de las gal•erias que construye

para ir a devorar a.los difuntos, y el zorro, cau–

!e1oso y burl6n, se aventura hasta la. puerta del

ancho, ,en basca de

t ientos, ojotas

y zapa.tos

¥iejos del muladar contiguo; y al volverse car–

ado <lei botin de su rapacidad insa.ciable, se

~ie

del viejo inutil con gritos asperos ·e irritan·

tes-huac, huac, huac-como

que no hay galli-

as que J.o denuncien, ni perros que lo taras·

1uen, ni mujeres que animen a la caza. del

la·

<Iron audaz. Todo esto es

0

la musica a cuyo.s

arrullos se duerme la aldea 1en la.s noches tran-

1uilas y en las siestas rev·erherantes.

Han pasado dos meses de abandono; el car–

:;iaval se acerca con el semhla.nte pintorroeado

y

hendido por arrugas de risas retozonas,

ya.

se

escucha el rumor de las carava.nas que vuelven;

llega el perro puestero a olfatear por los a.guj1e–

r0os de la

«

quincha

»

de la cerrada. vivienda, to–

do lo que dej6 al partir, como un miembro de

la familia que hubiese r.egroesado a.1 hogar des–

pues de una larga ausencia; luego los viajero.s

montados en los burros engordados en el cam–

po,

y

sobre los costales de algarroba ba.lance2 -

dos .sobre los ijares de la suf!'.ida bestia; dies–

pues la vida, la anima.ci6n

y

el bullicio de siem–

pre; abrese las puertas, barr·ese los patios.

sacudese los trastos guardados,

y

los in–

sectos huyen a sus cuevas. abandona.ndo a

sus duefios el campo que

ya

creyeron su–

yo; la cosecha se apila

ba.jo

la

enramada

abierta, hasta que se

ha.ce

la division: unia

purte va a las

pirhuas

de jarilla levantada s en