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JOAQUIN V.
GOKZAL~Z
sol. Los novios quieren hacer
el
ultimo esfuerzo
para decirse la postrera palabra; murrnuran, disi–
mulando
el
sueiio, unas pocas frases conocidas en
estos casos,
y
el barrio queda en sosiego definiti–
vo, exclusion hecha de las comparsas nocturnas de
cantores de vidalitas, porque ellos no duermen si–
no cuando el fermento de la algarroba da en tierra
con ellos; entonces, coma las heroes de Romero,
se desploman, hacienda encima de sus cuerpos si–
niestro ruido los tamboriles. Todo queda en silen–
cio en la villa
y
pueblos adyacentes; s6lo a muy
largos intermedios llega a oirse el lejano eco de
una vidalita llorona, que algt'.in gaucho solitario, ex–
traviado por
el
alcohol en un bosque, entona con
toda la fuerza de su garganta.
Vuelven al dia siguiente las comparsas callejeras,
a cantar en frente de las casas de las personas no–
tables del pueblo, dedicindoles coplas y dirigiendo–
les bromas de tinte subido; de las puertas
y
de los
techos Jes tiran agua a baldadas, la gente chayera
sale en montones a quemar cohetecillos debajo de
los caballos
y
a espolvorear de 'almid6n a los jine–
tes, pero mas a los cantores, impasibles ante
el
ata–
que e inertes para la defensa; ellos no atienden
sino a
la
letra
y
al canto, importandoles poco o na–
da que arda la tierra en derredor y que Jos briosos
"pingos" se est,remezcan de ganas de arrancarse
del tumulto;
SU
vidalita vale mas que todo eso,
y
par nada de este mundo se dispersa aquel. grupo
de tres voces simpaticas, destacandose tristes so–
bre el torbellino de risas, gritos
y
estruendo de
cohetes, como personificando la ilusi6n de la vida
en media del desenfrenado sainete carnavalesco.
Otras escenas de caracter indigena,
y
cuyo sig-