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JOAQUIN V. GONZALEZ

dio del concurso todos los hombres; las mujeres

.quedan en los asientos. Uno de los musicos, que

ya no puede articular una silaba inteligible, ocupa

un banco en el centro de la rueda; Ios demas em–

;piezan a dar vueltas con lentitud en torno suyo,

cantando al compas del tamboril del desgraciado

una especie de candombe o de ronda baquica, de.

1a que aquel fuese el Dios figurado, llevando todos

levantado en la derecha un jarro de aloja; llegan

~n

frente del idolo ebrio,

y

cada uno hebe la mi–

tad, arrojandole el resto a

la

cara; la ronda sigue

impasible, acelerando el compas

y

repitiendo en

cada vuelta la extraiia abluci6n, que es saludada

-cada vez por ias risas destempladas de los borra–

chos y por los chillidos asperos de las mujeres, que

permanecen quietas en los bancos. El dios impro–

visado de la ceremonia tiene que beber casi todo

el

liguido que le arrojan a la boca, pues la man–

tiene abierta para eso, para que se la llenen los que

pasan danzando alrededor. Asi se mantiene el tiem–

po que le permite la borrachera creciente, sin inte–

rrumpir el compas de su tambor, a pesar de los cho ·

rros que lo ahogan, que le dejan ciego

y

que le

bafian de pies a cabeza. Pero la bestia al fin se

va rindiendo al alcohol, el tamboril ya ha perclido

el

compas

y

los golpes van siendo muy lentos, has–

ta que rueda por tierra, porque el brazo que lo sos–

tenia ha caido rigido, junto con el cuerpo. que tam–

bien se desploma coma un tronco derrihado por el

bacha. Una salva de alaridos salvajes festeja el

derrumbe de esa masa de carne vestida de ::i.ndra–

jos, cubierta de coagulos formados por el agua

y

el ahrud6n, la aloja y

el

polvo; los que pueden te–

nerse de pie lo rodean, lo arrastran por el suelo,