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JOAQUIN V. GONZALEZ

iluminar

el

cuadro, la impresi6n es indescriptible,

y

confieso

mi

impotencia para pintarla.

He.y

que

pasar las limites de la vida real, para ver un mun–

do de fantasia donde tienen realizaci6n escultural

las mas etereas concepciones de las mitologias grie–

ga y germanica. Imagin,emos un Olimpo resplan–

deciente de luz dorada, y sabre sus palacios, · tem–

plos, grutas

y

jardines aereos, pululando en torbe–

llinos radiantes, la alada multitud di; las dioses, que

las razas madres de la poesia y de las religiones

han forjado en sus suefios seculares.

Pero,

i

cuan breves son esos estados del alma

y

cuan hermosas tambien las escenas de

la

realidad·!

El cerebra tiene instantes de irradiaci6n en que se

aparta de las formas visibles, para concebirlas in–

corp6reas, moviendose en un espacio abierto, por '

la expansion del pensamiento dentro de su propia

-carcel, e iluminado por esa luz .interna que no tie–

ne representaci6n por las colores conocidos. Las

formas ideadas durante el extasis psicol6gico, ne

pueden perpetuarse en la memoria,

ni

trasladarse

a la tela ; son leves vislumbres de un mundo remo–

to, donde parece que nunca ha de penetrar de Ueno

el

alma del hombre, destinado par las leyes de la

vida a mantenerse amarrado a las formas de las

cosas y de las seres que le rodean: puede ·1evanta r

hasta lo sublime el diapason de las sonidos, puede

pulir hasta lo divino las lineas fijas o reflejas de

la materia, pero no seria ya

el

arte, desprendiendose

de la esfera real en donde respira y donde encuen–

tra las tesoros inagotables de sus creaciones.

Reanudemos, pues, los recuerdos,

y

vamos a con·

templar la alegria intima .de un hogar sencillo, don·

-de debajo de un corredor espacioso, de techo pajizo