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MONT..utAS

168

tiempo, envueltos bien las piernas

y

los pies,

y

despues de meterlos varia veces en

el

fuego

para

hacernos la ilusi6n de que almacenabamos calor

por algunas horas, partiamos de carrera

y

a saltos,

internandonos entre los zarzales de la vifia, descui–

dada

y

sin desherbar durante el rigor del invierno.

Sohre los deshojados sarmientos, o entre los ga–

jos de los duraznos

y

los manzanos desnudos,

y

aun debajo de

las

b6vedas formadas por los arbus–

tos tupidos, encontrabamos grupos de pajarillos, de

palomas llantas

y

torcaces, acurrucados

en

apreta–

dos racimos, como queriendo abrigarse

y

comuni–

carse unos a otros un resto de calor de sus miem–

bros adheridos, tiritando, piando casi en secreto

y

metiendo la Cabeza debajo de las alas:

DOS

acerca–

bamos sin precauciones, porque no tenlan fuerz:a

ni

movimiento para volar,

y

los aprisionabamos con

las manos sin hacerles dafio, para llevarlos a calen–

tar en

el

fog6n de la cocina.

I Y

cuantas veces al tocarlos se desprendian de

las ramas

al

suelo, como hojas secas que

el

simple

tacto arranca, pues estaban exanimes hacia muchas

horas,

m~nteniendose

de pie con la inmovilidad

y

la actitud en que los sorprendi6 la rafaga mortife–

ra

I

Al pie de los grandes arboles

y

alrededor de

los troncos, el suelo se hallaba sembrado de cada–

veres de los que no pudieron siquiera prolongar

la vida al amparo de una techumbre de zarzas,

y

el

viento los derrib6 de las cumbres donde hallarnn

tmnba a la intemperie.

Para descubrir

a ...

•ichos de ellos, teniamos que

entrar todo el braz..i en los agujeros que abrieron

al caer sus cuerpos dentro de la blanda pero espesa

capa

de nieve que tapizaba la tierra, irin mas mor-