MONT..utAS
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tiempo, envueltos bien las piernas
y
los pies,
y
despues de meterlos varia veces en
el
fuego
para
hacernos la ilusi6n de que almacenabamos calor
por algunas horas, partiamos de carrera
y
a saltos,
internandonos entre los zarzales de la vifia, descui–
dada
y
sin desherbar durante el rigor del invierno.
Sohre los deshojados sarmientos, o entre los ga–
jos de los duraznos
y
los manzanos desnudos,
y
aun debajo de
las
b6vedas formadas por los arbus–
tos tupidos, encontrabamos grupos de pajarillos, de
palomas llantas
y
torcaces, acurrucados
en
apreta–
dos racimos, como queriendo abrigarse
y
comuni–
carse unos a otros un resto de calor de sus miem–
bros adheridos, tiritando, piando casi en secreto
y
metiendo la Cabeza debajo de las alas:
DOS
acerca–
bamos sin precauciones, porque no tenlan fuerz:a
ni
movimiento para volar,
y
los aprisionabamos con
las manos sin hacerles dafio, para llevarlos a calen–
tar en
el
fog6n de la cocina.
I Y
cuantas veces al tocarlos se desprendian de
las ramas
al
suelo, como hojas secas que
el
simple
tacto arranca, pues estaban exanimes hacia muchas
horas,
m~nteniendose
de pie con la inmovilidad
y
la actitud en que los sorprendi6 la rafaga mortife–
ra
I
Al pie de los grandes arboles
y
alrededor de
los troncos, el suelo se hallaba sembrado de cada–
veres de los que no pudieron siquiera prolongar
la vida al amparo de una techumbre de zarzas,
y
el
viento los derrib6 de las cumbres donde hallarnn
tmnba a la intemperie.
Para descubrir
a ...
•ichos de ellos, teniamos que
entrar todo el braz..i en los agujeros que abrieron
al caer sus cuerpos dentro de la blanda pero espesa
capa
de nieve que tapizaba la tierra, irin mas mor-