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MIS

MONTA~AS

165

pezabamos a amarlas con

el

interes de un paren–

tesco extrafio,

y

las pobrecillas,

al

alejarse, pare–

eian

decirnos adi6s con trinos de una infinita tris–

teza. ·

. Luego el sol empieza a decl1nar, perdiendose de

vista detras de la montafia,

y

la neblina espesa,

cargada de nieve, comienza a tupirse otra vez

y

a

correr

el

viento helado de las cumbres ocultas.

Pronto llega la noche,. la noche interminable, du–

rante la cual se consumen las pilas de lefia en el

fuego; los peones han vuelto muertos de frio, con

las

ropas destilando agua, que secan dentro de las

llamas avivadas por la viejecita cocinera,

quie~

con

un tiz6n en la mano, revuelve las brazas para cada

uno que viene, como para aumentar la intensidad

ciel

calor, hacienda levantar hasta el techo un chis–

porroteo vivaz. Una olla grande, llena de maiz

molido, hierve a borbotones en rnedio de la rueda;

la

anciana la retira cuando esta en saz6n el sucu–

lento grano,

y

en breve queda vada

y

los jorna–

leros contentos ; arman en seguida

SUS

cigarros de

tabaco criollo en la chala de la mazorca, y los de–

voran con deleite durante los primeros momentos

de somnolencia, precursores de una digestion po–

tente

y

provechosa.

Hay que pasar el tiempo hasta la hora

d~l

suefio

y no se puede dar un paso fuera del corredor, por–

que la niebla es compacta

y

no se ven ni las ma–

nos. N osotros, que en la mesa hemos estado sal–

tando para ir a engrosar la rueda de los peones,

bajo el galp6n de la cocina,

y

por escapar a las re–

prensiones, somos los iniciadores del entretenimien–

to; "la mama Leonita", como la llamabamos, sabia

muchos cuentos de los tiempos antiguos, de cuan-