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HIS MONTARAS

lTl

asombro, con terror, y mas aun cuando me dijo

que yo tambien iba a escalar esas mismas alturas.

Eso me parecia un suefio; espantabame la idea de

excursion semejante, pero una fuerza misteriosa me

hacia desearla para muy pronto.

A los pocos dias nuestras mulas se deteni::.n

al

pie de la montafia, en

el

fondo de una quebrada

honda, cubierta por una selva erizada de espinas,

entretejida por la.zos de enredaderas deshojadas,

co–

ma cadenas de acero que ligasen unos con otros los

arboles; se me figuraba el cordaje de un colosal

navio encajado entre las rocas de una montafia sub–

marina que hubiesen dejado en descubierto las

aguas; o bien, la imaginaci6n hadame ver serpien–

tes descomunales enlazadas, retorciendose unas sa–

bre otras en juegos perezosos o en combates her–

culeos. La .senda apenas cruzaba aquel laberinto

in–

fernal, para encaramarse en seguida por las abrup–

tas y empinadas faldas, donde a cada paso se abren

cortaduras y grietas, que dan a los cerros el as–

pecto de craneos partidos por el hacha en una ba–

talla de ciclopes. Las bestias que nos conducen aso–

man la cabeza a las bocas de los precipios, re'spi–

ran con fuertes resoplidos y leves temblores sacu–

den

SUS

musculos infatigables. Sienten ellas tam–

bien el horror de aquella naturaleza primitiva,

y

cuando en los mome:ntos de descanso miran hacia

las

cumbres, lanzan relinchos ahogados como sollo–

zos que hielan las carnes.

Las tinieblas se adelantan a la noche, haciendola

presentir prefiada de catastrofes

y

de visiones te–

rrorificas; la neblina nos cierra el limitado hori–

zonte que dejan entre si las laderas pr6ximas

y

luego ya no se ve mas alla del espacio que ocupa