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KIS MONTABAS

HT

tos

ojos espantados

en

la tiniehla; los monumt:ntos

de piedra bruta, erigidos entre las quebradas o so–

bre las laderas, unos coronados de pencas de do–

radas espinas, otros de cruces solitarias donde se

ban enredado las trepadoras silvestres: to<lo eso

que se escucha con atenci6n o terror, o se contem–

pla con poetico interes, y cuyos origencs nad ie, ni

signo alguno aciertan a iluminar con un rayo de

luz, era Jo que daba tema inagotable a las veladas

junto al fog6n de la casa, lo que ahuyentaba el

suefio de mis parpados, y lo que despues, cuando

he sido hombre, ha sumergido mi pensamiento en

1as mas profundas cavilaciones.

1

Cuanto pesan en

el destino de las sociedades humanas esas fuerzas

ocultas, esos fen6menos inexplicados, esos imper–

-ccptibles impulsos, naci<los de la tension de un ner–

vio, por un sonido destemplado, por una sombra

que pasa, por una lumbre que surge y se apaga en

t'1

fondo de la noche

!

Pero volvamos al relato de la anciana, personaje

salientc en aquel cuadro original donde un grupo

de seres scncillos hasta la inocencia, rodeando

el

fuego y con los rostros bafiados por el reflejo ro–

jizo de las llamas, la escucha con devoci6n, como

quc esta evocando un pasado de grandezas desva–

necidas, con todo el estoico dolor de aquella raza

cuya sangre

anim~ba

la mitad de su vida. Entonces

he sabiuo que en las alturas del Famatina, veladas

a los hombres desde donde empiezan las nieves,

habita, desde que los reyes indigenas entregaron la

corona, un genio solitario, condenado a llorar eter–

namentc la perdida de la virgen tierra del sol. Si,

cs el genio o el dios, sobreviviente del Olimpo des–

truido,

cl

que desterrado de todas las comarcas