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JOAQUIN V. GONZALJ!;Z
conquistadas por sus emperadores, fue a refugiar–
se en esa inexpugnable fortaleza.
Defiendenla los vientos como leones de estento–
reos rugidos ; ellos guardan a la frontera sagrada,
y I ay ! del viajero que se atreva a franquear la
li.–
nea divisoria entre · la region de los mortales y la
region de los dioses, porque el vendaval se desata
derrihando rocas y tempanos inmensos, que le arras–
tran a los abismos, en medio del estrepito mas pa–
voroso que se haya escuchado sobre Ja tierra. Yo·
he visto a los ancianos del pueblo caer de rodillas–
y cubrirse la cara con las manos, gritando
:-1
Mi–
sericordia !--cada vez que oian desde
el
valle el ru–
mor df'
la
colera divina, y sentian estremecerse
cl'
suelo bajo sus pies. Ya fuera aquel espanto pr.:>–
ducido por
el
temor de un cataclismo inminente,
o.
por
el
cumulo de supersticiones de esas almas sen–
sibles, es de rigurosa verdad el hecho, que nunca
supieron explicarme sino como lo he referido.
Los
cuentos duraban todo
el
invierno, y la ino–
cente narradora muy lejos se hallaba de pensar que
algfut
dia pudieran servir de base para reconstruir
una sociologia, para restaurar un pasado remotor
para hacer resucitar el alma de la raza que poblb.
la
region del Famatina-Huayo, y la historia de los·
esfuerzos que soldados y misioneros realizaron pa–
ra someterla al yugo de la civilizacion ; pues para
ella presentabase como tirania sangrienta, o com<>
despojo inhumano de los mas queridos tesoros.
Despues,
i
como gozabamos todos, y la naturale–
za con nosotros, cuando hada un dia de sol!· Era
como himno de jubilo el que se levantaba de todas.
partes, y aquel calorcillo suave de] mediodia, di–
fundiendose por las selvas desnndas, por los ni-