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JOAQUIN V. GONzAI,EZ
taja que
ru
propio plumaje multicolor y levisimo,
como el soplo de vida que anim6 sus formas
di–
minutas. Algunos, los que pudieron salvarse, antes
de huir de nuestra presencia, volaban a posarse
sobre nuestras cabezas
y
nuestros hombros, como
implorandonos un abrigo, aun a riesgo de encon–
trar una muerte mas dolorosa, como esas virgenes
indefensas, asediadas por el seductor tenaz, que se
arrojan en sus brazos, librando a su propia inspi–
raci6n
la
guardia de su pudor y su inocencia.
Asi caian sobre nosotros, desarmados por la
compasion; los cubrian:ios con nuestras ropas,
y
ellos se escurrian por entre los pliegues
y
se apre–
taban dentro de los bolsillos. Ninguno fue sacrifi–
cado, por mas que nosotros saliamos a eso, y la
{mica crueldad era para los mas hermosos, para los
que sabian cantar: reducirlos a prision perpetua,
dentro de una jaula, donde si bien gozaban de calor
y
de cuidados, sufrian la muerte lenta de la nostal–
gia de los bosques nativos: asi la libertad es el am–
biente de la naturaleza,
y
todos los seres nacidos
para ser libres, se sienten dichos0s de morl.r bajo el
furor de sus inclemencias, antes que vivir esclavos,
ann dentro de mansiones de oro
y
pedreria,
y
en–
vuel tos en dorados ropajes y en atmosfera de per–
fumes.
Por eso nosotros, que sin
sab~rlo
nos paredamos
a las aves de nuestras selvas, no podiamos darles la
muerte,
y
despues de volverles
el
calor cerca de la
llama del hogar, y cuando ya el sol habia templadQ
el aire y de:rretido la nieve, las lanzabamos de nue–
vo
al
espacio, para que fuesen a continuar sus amo–
res, sus trabajos y sus destinos. Tambien nos que–
dabamos tristes despues que se iban, porque ya em-