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MIS

MONT~AS

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de horcones rusticos, ennegrecidos por el humo de!

fogon, y de paredes de barro agrietadas hasta ver

la luz de! lado opuesto, arde una hoguera ruidosa

y

movec:l;iza, circundada de un concurso de muje–

res y hombres de servicio, entre los cuales nosotros,

los nifios de

la

casa, ocupamos tambien un banco.

Afuera se ve caer los capullos de nieve como plu–

mas de cisnes derramadas al pasar volando sobre

la villa, cual

si

de proposito quisieran alfombrarla.

Ha nevado toda la noche, y no se ve un solo ob–

jeto, ni un arbol, ni un edificio que no esten ves–

tidos de blanco y de una tela tan suave, que dan

tentaciones de rozar con ella la cara y las man,.os ;

y

nosotros lo hadamos desafiando el frio; aposta–

bamos siempre a cual marcaba primero

el

rastro

de sus pies sobre la tersa superficie de la calle.

Era una sensacion intensa de gloria y de placer

la que, yo

al

menos, experimentaba cuando podia

aventajar a mis hermanos en aqueila profanacion,

dire asi, de la inviolada tersura de la nieve recien

caida, tan !eve, tan pura, tan deleznable, que pa–

rece cada capo una flor nacida de un rayo de lu–

na. . . Despues que correteabamos hasta destruir el

encanto, ya la vieja cocinera tenia encendido el

fuego cotidiano, compafiero del que trae el dia; pe–

ro esta vez ensanchabase el circuito de piedras que

detiene las cenizas, aumentabase la carga de com–

bustible,

y

pronto se rodeaba de gente que al!la

y

busca su calor, que ha nacido

y

fraternizado al

resplandor de sus llamas reparadoras, que ve en

el

como

el

simbolo de un sentimiento eterno, genera–

dor de virtud y de fuerza, y de una religion infor–

me, manifiesta solo en ese deseo de no separarse y

de verse morir calentado por sus mismos reflejos..