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JOAQUIN V. GONZAL:E;Z
truenos bajo Ios arcos atrevidos; y cuando aqud
denso y uniforme ropaje ceniciento abre sus plie–
gues un instante, solo se percibe tras la profunda
rasgadura un fondo blanco, purisimo, pero impe–
netrable. Creeriase que un escultor maravilloso,
oculto detras del velo de la nube, estuviese cince–
lando una estatua colosal de] color de la nieve en
Capullo, para dar a la naturaleza
y
al hombre de
los va lles la sorpresa sublime, una subita revela–
ci6n d el arte inconsciente pe{:o inimitable de la in–
teligencia ignota, creadora de la belleza originaria.
Cuando 1a obra esta terminada, el artifice elige la
hora propicia en que ha de exponerla a la contem–
placi6n del mundo, y combina las leyes 6pticas,
prep a r ando la vista de los
espectadon:~s.
Primero
la n oche envuelv:e todo el cielo
y
la tierra en
la
mas negra, en la mas ca6tica obscuridad; y en ese
intermedio la retina ha perdido la ·noci6n del color..
la imaginaci6n ha sofiado con la aparici6n porten–
tosa,
el
mundo sensible ha cesado de latir para con–
centrarse todo en la expectativa de aquel genesis–
del arte increado.
La
aurora se acerca,
y
se siente esa honda agi–
t a ci6n precursora de las grandes emociones espe–
radas. Sutilisima es ya la neblina que vela las for–
ma s del coloso, como para que una brisa la desva–
nezca ; y cuando ha llegado el instante supremo,
T
se cree ver la mano de luz
que
va a descorrer
la
tela, el
sol
se presenta de un salto sabre las cimas
del Oriente, bafiando de subito
el
escenario descu–
bierto con la rapidez de una mirada, para quc tod&·
se asombre
y
se prosterne ante la obra invisible det·
genio de las alturas. l Que solemne , silencio ante
aquella escena
!
l Que sagrado recogimiento se ad-·