MIS MONTARAS
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iiadas, de selvas desgarradoras y de grietas como
fauces abiertas a nuestros pies, por dcnde nos con–
duce a tientas, indicandonos las direcciones con gri–
tos que resuenan en la tiniebla como gemidos do–
lorosos de alma errante que implorase misericordia.
En breve el resplandor de una hoguera se abre di–
ficil paso a traves de la neblina que nos envuelve;
los peones la alimentan cori brazadas de hierbas
y
gajos de arboles arrancados con estrepito; y enton–
ces, en el limit3..clo espacio que iluminan las llamas,
aparecen de subito con sus formas reales los seres
fantasticos, los reptiles gigantescos, los sepulcros,
ias bocas famelicas, los esqueletos danzantes, las
garras afiladas y los monstruos grufiidmes que nos
amenazaron en las alucinaciones det miedo.
Pero hay alga de extraordinario
y
de sublime en
aquella subita iluminacion de
la
certada selva, por
las rojas llamaradas de una hoguera, y es Ia tran–
sicion repentina de ese estado de sobreexcitacion te–
rrorifica, a la vision clara y perfecta de las cosas
que trastornaron nuestro criterio en los momentor.
de la fiebre.
•
Hay siempre un estado intermedio, aquel en que
se realiza la transformacion de las visiones en ob–
jetos conocidos, y en que no bien definidos unas y
otras, se produce en la mente esa informe confu–
sion de lo real
y
lo fantastico, de lo verdadero
y
lo sofiado. Asi, pues, el primer cuadro que se con–
templa provoca las sensaciones mas extranas : las
gruesas .rakes de los talas afiosos, torcidos en es–
pirales alrededor de grandes pefiascos, se nos figu–
ran las serpientes fabulosas sorprendidas por la luz
y
haciendo las conto1·sinnes de la fuga, para me–
terse eu
SUS
profundas Cuevas; )as grietas y angu-