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XVI

LA ESCUELA

Era tiemp0 de abrir las cartillas,

abandonad.tS

tantas veces a medio deletrear;

la

escuela nos lla–

maba a aprovechar la tranquilidad

y

la paz en sus

bancas humildes. Nuestra madre nos hizo trajes

nuevos,

y

n<:>s puso corbatas para presentarnos al

maestro, hombre de semblante duro

y

terco, pero

de alma sensible

y

carifiosa, lo propio para hacerse

respetar

y

querer de su enjambre inculto, pues no

eramos otra cosa los flamantisimos escolares. En

tantas tentativas contra el primer libro; alga ha–

bia conseguido yo aprender; cada una de mis maes–

~ras

dejo en mi inteligencia una letra del abeceda–

no,

y

alli, sometido al metodo

y

a la discipli.11a,

pronto pude leer de corrido

y

hacerme el predilecto

de mi preceptor.-Es claro-decian mis compafie–

ros,-si ha entrado sabiendo la cartilla porque la

estudi6 en otra parte,

y

no es hazafia aventajarnos.

Si hubieran conoci

io

mi historia, no habria:n sido

tan injustos. Y

0

IW

les llevaba mas

~ventaja

que

unas cuantas letras

y

muchos catones rotos, aguje–

reados siempre en

d

Cristo, punto en .que se ar–

maba la camorra entre la maestra

y

los discipulos,

bajo los corredores de la estancia del Huaco. A

medida

que avanzaban mis conodmientos, la es-