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JOAQUIN V. GONZAI,EZ

No obstante, sali6 vencido en sus apuestas, por–

que en poco tiempo la hortaliza, la huerta y

el

jar–

din quedaron sin una planta esteril, llenos de va–

rillas de todo arbol, de semillas y de obras de arte

accesorias. No restaba sino la atenci6n del riego ,

y.

para esto nos turnaron por semana. Asi se esper6

el

tiempo de los brotes, defendiendo todo el invier–

no nuestras sementeras

y

plantios contra las he–

ladas

y

las nieves.

Cuando llegaba la primavera, nuestro jubilo ra–

yaba en locura. Todos los dias

y

a cada moment<>

corriamos a ver c6mo asomaban entre los terrones

de la melga las primeras hojas, y de los tallos ru–

dimentarios los botoncitos verdes ,que encierran la

futura rama del arbol corpulento. Premi6 la na–

turaleza con abundancia los azares de nuestra vida.

y

bendijo con frutos desbordantes el nuevo hogar

planteado en la villa pintoresca que vela el Fama–

tina, como un signo de la paz conquistada por · los.

sacrificios de algunas generaciones.

Amplio panorama se divisa desde el patio: hacia

el poniente, muy por arriba de los olivos gigantes–

cos que cierran el horizonte, se contemplan las

ci–

mas blancas del nevado, unas veces coronadas de

un penacho de rayos de sol reflejados en sus cris–

tales indisolubles, otras pobladas de nubes move–

dizas e inquietas, formando figuras fantasticas en

SUS

evoluciones multiples, COmO b:.i.ilarinas de vapo–

rosas telas y relucientes joyas sobre

~

escenario de

un inmenso teatro bafiado de luz. Al frente la vista

se det_iene en los filos lejanos de la sierra de Ve–

lazco, que solo se presenta como una masa unifor–

me de color azul, veteada de rosa y de oro por los

reflejos del sol de ocaso; pero la visual pasa encl-