XIV
EL VATICINIO DE UN CIGARRO
Veinte afios hace que el pueblo sefiorial de No–
nogasta presentaba el alegre aspecto de la abun –
dancia y de
la
union fraternal de los hogares, que
no eran sine ramas de uno solo. Vivian entonces
todos sus aristocraticos propietarios, hombres de
notoriedad politica y altas virtudes civicas; las mu–
jeres participaban de esa educaci6n desenvuelta
entre las luchas, las agitaciones, los sobresaltos de
la
guerra civil, de la montonera n6made que caia
~~
busca de botin y de las cabezas de los hombr es
cultos, agui
j
oneada por los intereses anarquistas en
derrota. Extinguida la lucha entre las antiguas
fa–
milias de Ocampo y Davila, por un matrimonio ce–
lebre concertado por mi bisabuelo, estos {1ltimos
quedaron tranquilos en sus linderos, yendo los otros
a ocupar los suyos entre las sierras de F amatina.
Tres hombres distinguidos derivaban de aquel
tronco casi secular; eran los hermanos Davila, don
Maximiliano, don Guillermo y don Cesareo. El
Ultimo dej6 de existir despues de baber desempe–
iiado un papel principal en la politica interna, en
epocas de convulsiones
y
des6rdenes. Los dos pri–
meros quedaron todavia mucho tiempo, sostenien–
do la autoridad paternal que hada
la
dicha de to-