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MIS

MONTARAS

lllJ

si huyeran de un tigre que las persiguiese de cerca.

El

~tigo

de la furiosa ronda despierta . en el

arreador un entusiasmo frenetico, alimentado por

la algazara que levantan de afuera los curiosos api–

iiados a.lrededor de la palizada, y para quienes es

deleite la vista del espectaculo. En breve ya no se

ve sino una nube de polvo amarillo, envolviendo el

Ctladro, y adentro resuenan en concierto satanico l©s

resoplidos de las mulas aterrorizadas, los desacor–

des aullidos de la multitud, y por encima de todo,

vibra sin interrupci6n el

har, har har .

..

I

con que

el arreador desespera en la fuga a la tropa ende-

moniada.

'

De pronto cesa el tumulto ;

el

silencio

lo

sucede

y el polvo se disipa lentamente, dejando ver los

animales amontonados, despidiendo sudor a chorros

y respirando con movimientos bruscos; el jinete

fatigado ha hecho cama sobre las pajas y reposa de

espaldas, con los brazos abiertos, al lado de

la

bes–

tia. Acuden despues las mujeres con grandes ti–

pas tejidas de cafi.a, a recoger el trigo desprendi–

do de su envoltura, acumularlo en otro sitio barri–

do con primor, d9ncJ.e luego han de cernerlo con

la ayuda del viento.

.

Cada una de estas escenas se convierte en fiesta

por la reunion de parientes y amigos viejos, por la

necesidad de pasar -el dia fuera de los hogares y

por ese contento intimo del hombre cuyas fatigas

son recompensadas por frutos abundantes. Siempre

ban

de acucfrr

las

morenas de ojos retintos, som–

breados por pestafias tupidas y arqueadas, como

para dar paso librc a las miradas de fuego ; y asi

l

c6mo no ha de llenarse la faena de gauchos luci–

dos. qtte mas tardan en oir la sefial del descanso,