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JOAQUIN V. GONZ.ALF;Z
repos6 un momento, hasta ver a la patria
recoa~
cida por las naciones civilizadas
y
libre de
}a
bar–
barie de los caudillos; hasta que doblegado por los
afios, fue a encerrar los Ultimas en la
finca
de na–
ranjos
y-
de vifiedos, cultivados con sus propias ma–
nos; hasta que la mas hurnilde de las tumbas se
abrio en
el
terruiio nativo para sus reliquias bene–
meritas.
i
Oh tiempos y hombres aquellos
!
i
Que tristes,
que terribles, que amargas meditaciones sugiere la
vista de esos panteones miserables, repletes de ce–
nizas veneradas, expuestos a la voracidad de las
aves carniceras, y la contemplaci6n de los palacios
que la vanidad y la fortuna erigen cada dia para
los felices despojos de los favorito.s
!
Sornbras densas envuelven todavia las leyes que
rigen el desarrollo humane. El vinculo de una edad
contra otra edad se pierde en
el
espacio como hilo
finisimo, imperceptible al mas profundo
obser.va–
dor,
y
las generaciones parecen, asi, desligadas de
las que las engendraron, borrados Jos sentimientos
instintivos del origen y del amor, nacidos de una
fuente comiln. Un cementerio es una muraHa que
<livid~
a los padres de los hijos, enterrando con los
huesos su historia bajo el mismo sudario. El es–
trepito de fas pasiones contemporaneas ensordece }a
voz de los recuerdos, que surge del fondo de los se–
pulcros con la duke melodia de un arpa escondida
entre el follaje; y mientras la loca multitud se aleja
al
son de cantares de orgia o de hinmos de triunfo,
deshojando las coronas de hiedra, se ve en otro lu–
gar del cuadro, de fondo sombrio
y
teiiido del rojo
de los crepusculos, una bella imagen de mujer ago–
nizante, pero sonriendo con esa 5ublime poesia de