MIS MONTAl"tAS
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.dria descubrirnos, si el gigante fabuloso creado por,
nuestra fantasia estaba despierto o dormido.
Era yo entonces un motico de siete afios, y an–
daba ardiendo en amoroso fuego par una de mis–
primas, quien, segnn mis recuerdos, me daba a . creer
que me correspondia; no nos separabamos nunca en
las horas del recreo, y vagabundaje por los huertos,
y
sentia coma rafagas de gloria cuando le entrega–
ba nidos
y
ramos de £lores, o cuando trepandome·
sobre un manzano, un naranjo o una parra enca–
ramada sabre un durazno corpulento, podia tirarle
desde arriba o traerle con mis propias manos, la
fru-
ta
o el racimo codiciados.
'
N
uestras familias fueron una tarde a casa de};
anciano,
y
mientras hacian su visita, mi prima
y
yo
nos escapamos a la huerta a nuestras habituales–
correrias. HalJ..abame colgado de una gruesa viga
del~
parr6n, forcejeando por arrancar un apretado raci–
mo con el cual se habia encaprichado mi primita,
que enfrente de
mi
observaba la operaci6n con ojos–
de deseo, cuando sentimos caer a nuestros pies el·
bast6n de membrillo del abuelito, quien con todo–
silencio nos venia
atisbap.doy
poniendonos al al–
cance del garrotazo. Oimos un grito cascado
y
ron–
co, que nos pareci6 el rugido de una fiera, y co–
rrimos despavoridos, cayendo y levantando, hasta
las faldas de nuestras mamas, que apenas pudieron
contener la risa al saber la causa de nuestro es–
panto.
El anciano tenia
la
grave ocupaci6n de cuidar sus
arboles, y en la epoca de la poda, veiasele con la
tijera, c:ortando los sarmientos
y
los gajos arras–
trados par el suelo ; sus leyes eran crueles y las
pena~
t.erribles para los v\oladores;
y
para darles
et