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JOAQUIN V. GONZALEZ

nunciar discursos en el banquete. Mi primer ensa

yo

oratorio tuvo aquel escenario, y por sefialar

el

co–

raz6n para expresar que lo tenia henchido de no

se que-el discurso era soplado-tuve vergiienza,

y

mi mano se quedo a la altura del est6mago :

la

ac–

ci6n

oratoria result6 trunca, pero el efecto que

el

auditorio se prometia, nada dej6 por desear.

"

l Que quintas aquellas,

y

c6mo el trabajo unido

de toda una generaci6n era coronado por la tierra

fecunda

!

i

Como reinaban

el

bullicio

y

la vida en

aquella aldea habitada por una aristocracia de

llln–

pio pergamino, por familias que habian ilustrado su

nombre en la historia local,

y

habian

f

undado su ho–

gar comiln con

la

noble

y

asidua labor agricola

!

To–

dos los afios rebosaban los graneros, extendianse los

cultivos, las bodegas multiplicaban sus vasijas, au–

mentabanse en la casa los dep6sitos, ensanchibanse

los cercos para la hacienda,

y

en la epoca de las

cosechas, resonaba sin interrupci6n el rumor del

trabajo, como un himno de la tierra agradecida al

cuidado del hombre.

i

Con cuanta animaci6n la gen–

te labradora asistia a sus tareas diarias, al son de

musicas y de cantos de alegria

!

Alli

el

tronco ve–

nerable de todas las familias propietarias,

el

anciC!.–

no coronel don Nicolas Davila, veia crecer su prole

numerosa, como el olivo secular, alimentando con

su presencia el amor y la ayuda redprocos, que apli–

cados al cultivo de la tierra hacianla rebosar en

frutos.

La

tierra tiene un alma sensible, y es d6cil a las

caricias de sus hijos y al riego reg'enerador de sus

torrentes ; ella se viste de gala y despide perfumes

cuando los hombres se aman

y

santifican con su

amor el hogar; ella se rejuvenece cuando siente el