MIS MO,N'L':A.1?AS
de tala,
y
ahora rascan todas a un tiempo sus gui–
tarritas en el mismo tano, produciendo t:tna somno–
lencia irresistible. Diriase que
ep.
las siestas ardiefl–
tes, cuando todo se adormece en la creaci6n, ellas
son la musica del silencio, porque no se cansan de
irnponerlo con su
chirrrrr
prolongado y narc6tico.
Cuando el sol ha caido y dejan de ser temidos
sus flechazos, la gente vuelve al oficio, hasta que
el
astro se oculta tras de la sierra; la bullaranga se
desvanece como por encantamiento
y
comienzan a
volver todos a los x-anchos ; la noche se va qcer–
cando
y
empiezan a encenderse los
fogop.esen la
planicie, al mismo tiempo que las estrellas en el
cielo. Mirado desde la altura, donde esta la
cas~
de mis abuelos, aquel conjunto de lnces dispersas
sin orden en el arenal de enfrente, hace el efecto
de una bahia silenciosa y en calma, arden los faro–
lillos de las embarcaciones.
Pero alla en el seno de las familias propietarias,
la escena es diferente; la alegria repercute en
el
vasto corredor, donde se ha armado la charla con
todos los que han venido de visita trayendo cria–
turas y sirvientes. Ninguno se sentia desgraciado,
porque un vinculo amoi;:oso los reunia en una sola
ambici6n noble
y
pura. Los ancianos estaban alH
para reflejar su severa virtud sobre los hijos y los
nietos, congregados cotidianamente, y para mante–
ner la atm6sfera .serena de aquel hogar que ya no
existe. Nosotros baciamos reunion aparte; mejor di–
cho, nos mandaban a jugar,
y
a pelear tambien, sin
peligro de lastimarnos sobre
la
arena espesa de la
gran playa que se junta con el campo. Formaba–
mos tmmerosas comitivas,
y
prendidos _ todos de las
manos, ibamos en corporaci6n a hacer visitas a
las