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JOAQUIN V. GONZALEZ

do apenas duraba nuestro brio el tiempo necesario

para empalagarnos con el jugo azucarado de la uva.

i

Fuera botiqes, saco y sombrero! Todos soma:; lo

mismo a esa edad en que se hace dafio en las plan–

tas

y

se estorba a las demas con el pretexto de tra–

ba jar; si, fuera todo ese ropaje de amos que inco–

moda, y venga el bochinche, y luego las insolacio–

nes, y las rasgufios, y las roturas, para dar que ha–

cer a las tias que se encargaban de nosotros en va–

caciones.

A las once, todos se han reunido a la sombra del

tala gigantesco a tomar descanso y almuerzo. El

costillar chirria en la parrilla de fierro, y despide

ese humo perfumado que se aspira con deleite, pro–

ducido par las gotas del jugo caido sabre la brasa;

las teteras estan despidiendo coma locomotoras bo–

canadas de vapor,· haciendo dar 'saltitos a la tapa,

Y por debajo de la cual se escurren las burbujas de la

ebullici6n, porque

ya

se va a comenzar a dar vuel–

tas el mate, que se acomoda lo mismo antes que

despues de la comida ; las guitarras se hacen las

que duermen suspendidas de un gajo del arbol, y

las mozas de la vendimia las miran de reojo, mien–

tras sirven a sus hermanos y amigos el asado su–

culento; el locro hierve a borbotones dentro de la

olla tapada con una piedra chata., dejando salir la

espuma blanca par debajo, hasta que vaciado en la

gran fuente de madera, las campesinos forman

circnlo y

la.

dejan limpia. Un racimo de postre, un

vase de vino del afio pasado, y comida hecha. Ahora

se extienden los ponchos sobre la hierba y se

pe~ La­

nea un

p<>CQ

para decir que se ha tlormido, hasta

que

la

orquesta de guitarra

y

flauta comienza a pre–

lucliar csos aires que

p~nen

los huesos de punta y