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MONTARAS

91

Apurabamos la marcha con frenesi, sin piedad

para las bestias ni para nuestros cuerpos, espantan–

d0 el suefio de la noche pasada al raso en la cum–

bre, para no internunpir el pensamiento febril d e

las cercanas alegdas

y

la

serie de proyectos fantas–

ticos discutidos en rueda, encima de la arena donde

hemos improvisado nuestras camas de viaje.

A cada momenta preguntamos impacientes por la

distancia que nos falta, la hora de la llegada, el

estado en que encontraremos nuestros arboles

y

nuestras cepas favoritas. Y asi, en esta agitacipn

sin tregua hacemos nuestro camino por ql!lebFadas

y

desfiladeros, faldas escarpadas

y

espirales sin ter–

mino, hasta que llegamos al llano

y

emprendemos

el

galope,. sin que sean fuerza para detenernos las

6rdenes imperiosas de mi padre, quien al fin tiene

que consentir en perdernos de vista, por

el

recto y

ancho carril que remata en

la

plaza del pueblo.

Las mujeres

y

los muchachos salen en grupos a

darnos la bienvenida carifiosa,

y

los perros en jau–

rias asaltan y encabritan nuestros caballos; pero

ya

estrunos en los gruesos portales de la casa, y desde

am

se divisan la cabeza blanca de la abuelita sen–

tada en el corredor, hilando su interminable made–

ja, como otra Penelope; ahi es

el

correr a quien

se desmonta primero

y

gana la primera earicia de

la

anciana, que tiene los ojos enrojecidos y sombrea–

-dos de tanto llorar los sufrimientos de sus hijos;

a quien da priml!ro

-el

abrazo a las primitas ya cre–

cidas, y que ruborosas se han escondido en la al–

<:oba,

y

si he de hablar lo cierto, a quien aventaja

fa

mejor S'lndfa

y

las UVaS mas doradas, de

la

mesa

<le frutas preparada para recibirnos.