MONTARAS
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Apurabamos la marcha con frenesi, sin piedad
para las bestias ni para nuestros cuerpos, espantan–
d0 el suefio de la noche pasada al raso en la cum–
bre, para no internunpir el pensamiento febril d e
las cercanas alegdas
y
la
serie de proyectos fantas–
ticos discutidos en rueda, encima de la arena donde
hemos improvisado nuestras camas de viaje.
A cada momenta preguntamos impacientes por la
distancia que nos falta, la hora de la llegada, el
estado en que encontraremos nuestros arboles
y
nuestras cepas favoritas. Y asi, en esta agitacipn
sin tregua hacemos nuestro camino por ql!lebFadas
y
desfiladeros, faldas escarpadas
y
espirales sin ter–
mino, hasta que llegamos al llano
y
emprendemos
el
galope,. sin que sean fuerza para detenernos las
6rdenes imperiosas de mi padre, quien al fin tiene
que consentir en perdernos de vista, por
el
recto y
ancho carril que remata en
la
plaza del pueblo.
Las mujeres
y
los muchachos salen en grupos a
darnos la bienvenida carifiosa,
y
los perros en jau–
rias asaltan y encabritan nuestros caballos; pero
ya
estrunos en los gruesos portales de la casa, y desde
am
se divisan la cabeza blanca de la abuelita sen–
tada en el corredor, hilando su interminable made–
ja, como otra Penelope; ahi es
el
correr a quien
se desmonta primero
y
gana la primera earicia de
la
anciana, que tiene los ojos enrojecidos y sombrea–
-dos de tanto llorar los sufrimientos de sus hijos;
a quien da priml!ro
-el
abrazo a las primitas ya cre–
cidas, y que ruborosas se han escondido en la al–
<:oba,
y
si he de hablar lo cierto, a quien aventaja
fa
mejor S'lndfa
y
las UVaS mas doradas, de
la
mesa
<le frutas preparada para recibirnos.