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JOAQUIN V. GONZALEZ
gan su mejilla tostada, prorrumpe en un himno de
alabanzas al Omnipotente, al Ser que anima el Uni–
verso,
y
le pide con voz sollozante e impregnada de
sincero entusiasmo, haga descencler un destello de
la gracia infinita a las tinieblas de aquellas almas,
coma un rayo de tuna se i:nfiltra en el fondo de una
cueva. El
fiat
ha irradiado al impulso del verbo;
la platica
sat~rada
de unci6n y de fuego ha hecho
arnanecer en la noche de la barbarie. La conversion
por el a.rte del sonido y de la palabra, es la obra
del misionero que la historia y la tradici6n han con–
sagrado con este nGmbre: "el portentoso ap6stol del
Reino del Peru".
Construiase entonces el templo de la Orden fran–
ciscana; pero el discipulo de Francisco de Asis le–
vant6 su altar al pie del monte donde los indigenas
tenian sus viv iendas. Sus visitas· a la obra eran fre–
cuentes, y ya trabajaba con la predicaci6n, convir–
tiendo a los fieles y a los indios en obreros, ya po–
niendose el mismo en la faena. Se le di6 despues
una celda en el convento, y traslad6 a ella su mo–
rada y su constante penitencia. Existe un naranjo
consagrado por sus oraciones y por sus martirios
cotidianos; los siglos lo han obligado a inclinar la
copa, y el tronco, por donde circu16 la savia juve–
nil, hoy esta hueco como un nicho, y hondas cuevas
horadan sus gajos.
La tradici6n es a veces obscura e incomprenSt"ble,
y eUa cuenta que el santo m1sionero practic6 esa
excavaci6n para martiriza;rse, manteniendose largas
horas incrustado en aquella hendedura, con los bra–
zos aprisionados tambien dentro de dos agujeros
cavados hacia arriba en el mi.smo tronco. Asi, el
"naranjo de San Francisco" es hoy la reliquia vi--