JOAQUIN V. GONZALEZ
.campana colgada de un travesaiio rustico y los pre–
h1dios del clarinete de Francisco, que ensaya su re–
pertorio olvidado por
la
inaccion
y
la tristeza.
i
Oh dia venturoso de mi vida en que vi de nue–
vo las rocas del camino, los precipicios y los mogo–
tes que limitan las vertientes de la sierra de
V
elaz–
co
!
Ellos me separan de
mi
valle nafivo y me ocul–
tan la vision esplendida del Famatina, de ese cen–
tinela inconmovible de los Andes, que desde su to–
rre de nieve insoluble esta vigilando el sueiio de la
Uanura ! Ruta cruzada mil veces, siempre nueva y
de impresiones inesperadas, es aquella que recorri–
mos entonces en son de fiesta, en busca del nido
abandonado. Mi corazon se abria con avidez a las
rafagas andinas, a la sensacion de los paisajes
y
de
los cuadros que mi imaginacion an,imaba con vida
y
·colorido nuevos ; mis miradas retozaban de piedra
en piedra, de cima en cima, ya siguiendo el vuelo
de
un pajaro de grandes alas, alarmado del estre–
pito de nuestros gritos, y de nuestros cantos, ya
la
carrera del huanaco, espia de la tropilla lejana, que
ha venido a pararse sobre la roca, encima de nues–
tras
cabezas, para dar la seiial del peligro; ya asis–
tiendo a los movimientos de la nubecilla solitaria
que se pliega y se despliega sobre un pico aislado,
como una nifia juguetona que ensayase mil formas
de::
adorno con un tul diafano sobre la cabeza de un
anciano; ya descubriendo las sendas que surcan las
laderas como hilos desparramados por el viento,
y
por Ultimo, buscando en los grupos de las pefias
esas figuras caprichosas de cupulas atr_evidas, arcos
majestuosos, ventanas ojivales
y
grutas sombda3
que la naturaleza construye y desmorona en ince–
sante
labor.