MIS MONT.AltAS
viente de su misi6n en aquella ciudad;
el lo
con–
sagr6 con sus penitencias, lo santific6 con su fer–
vor
y
lo dot6 de cualidades medicinales, comunicin–
dole la gracia con la cual obr6 los milagros que
cuentan sus bi6grafos, durante su paso por los rei–
nos del Pen.
Uno de esos bi6grafos dice que obr6 prodigios
innumerables en las provincias del Tucuman, y que
de tal manera se avergonzaba despues de la propia
fama, que se sentia impulsado a abandonar los lu–
gares que habian sido testigos de sus maravillas. Yo
he escuchado esos relates inocentes con verdadera
curiosidad, y he estudiado las fuentes de la creen–
cia ingenua del pueblo que el valiente misionero vi–
sit6 en los primeros tiempos de la conqursta, y que
ha legado sin e..xamen a la posteridad, por ese ins–
tinto innato de fantasear, de poetizar todo cuanto
no tiene una soluci6n inmediata. En aque'llas epocas
los milagros eran frecuentes ; las conciern::ia s no me–
ditaban sobre los grandes problemas que la filoso–
fia ha planteado a la humanidad contemporanea.
El ilustre Esquiu deda
~n
una platica memora–
ble que escuche bajo las b6vedas de la catedral de
Cordoba
:-"J
Sabeis por que
ya,
no hay milagros?
Porque
ya
no hay
f
e". - Y mucho tiempo he me–
ditado sobre el sentido profundo de esta frase, que,
involuntariamente, en
el
proceso mental yo inver–
tia. Si ; ya no hay milagros, porque
ya
no nay
f
e;
y
las multitudes de ID.6y como las que seguian a Je–
sns en
SUS
predicaciones ambulantes, piden siempre
milagros para tener fe : I eterno dilema de la raz6n
rebelde
!
Pero
el
pueblo no raciocina cuando intervienen sus
creeocias seculares ; siente, imagina, idealiza los su-