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JOAQUIN V. GONZA.I.,EZ
la madre de familia, de habitos reservados y seve–
ros, r-eune sus hijas
y
sus criadas para las costuras,
los bordados y los tejidos primorosos,
y
en la no–
che para arrodillarse delante del gran Cristo here–
ditario, que pende de la pared cubierto con un velo
transparente, a refar la oraci6n cotidiana por la sa–
lud de los vivos, per el descanso de los muertos
amados, y para ensefiar a los niiios las primeras ora–
c:iones; alii el grande y espacioso patio, sombreado
por el naranjo de amplia copa, rodeado del corre–
dor espacioso donde se recibe las visitas familiares
y se hace la rueda amante del mate, que incita a la
~onfianza,
despierta el buen humor
y
consuela
d
cuerpo, mientras llega la hora de la comida casera
y
de gustar el vino inocente de la finca sefiorial.
Los conventos se mantienen todvia en pie con la
ayuda de puntales
y
remien.dos; impavidos, con las
fachadas terrosas y carcomidas, desaflan aun otro
siglo;
al
interior se extienden sus largos y estre–
chos corredores, a donde dan las puertas de las
cel<las pavimentadas de ladrillo, habitadas por muy
pocos veteranos, como una guardia vieja dejada en
el cuartel
de
un ejercito en marcha ; uno que otro
cuadro donde se ve mas lienzo que pintura, y donde
apenas puede adivinarse una forma de las que traz6
el pince}, adornan las murallas, en cuyas grietas han
hecho sus viviendas los millares de murcielagos que
por la noche azotan el rostro del fraile y del visi–
tante. 1Y cuanta reliquia encierran esos retiros co–
mo sepukros
!
I Cuanto arbol que puede contar !a
historia de la orden
!
Alli estan los naranjos plan–
tados por el fundador, volviendo hacia la tierra de
donde surgieron un dia 10zanos
y
esbeltos, hasta
trasmontar con sus gajos los techos moho!"os..