MIS MONT.ARAS
88
San Francisco Solano ha dejado en- el convento
de
SU
nombre recuerdos que duran ya mas de dos
siglos: la celda, el naranjo favorito ... Pero hable–
mos de este in.mortal misionero, que logr6 alcanzar
un nombre ilustre entre todos los ap6stoles del
Evangelia en America. Su misi6n ha sido grandiosa,
su heroismo imponderable, y su abnegaci6n le ha
valido ya la corona de luz de los elegidos. El hizo
el
arido camino del Peru por
el
Centro del conti–
nente; su sandalia de peregrino ha recogido el pol–
vo de los caminos que se extiendcn desde el Ecua–
dor al coraz6n de la llanura argentina, siempre solo
y siguiendo la inspiraci6n de su apostolado, tras las
huellas que los ejercitos iban dejando, y muchas ve–
ces abriendoles el paso con su denuedo, que, a no
ser el de un martir, seria el de un estoico. Santiago,
Tucuman, Cordoba,
La
Rioja, guardan la memoria
de ese infatigable viajero; pero es alla, en el foco
de la resistencia calchaqui, en la cual ya algunos
sacerdotes habian sufrido el martirio de manos de
los salvaijes, donde pasa quiza el periodo mas in–
teresante de su vida.
La opini6n vulgar, que viene de muy antiguo, ,se–
fiala las ruinas de
la
casa de San Francisco a la
entrada de la montaiia; son dos habitaciones de ta–
pias superpuestas, y cuyos techos han desaparecido,
pero cuyos muros de tierra apisonada se sostienen
en un pie ; un inmenso algarrobo la cubre casi pm·
entero, abrigando su desnuda vejez con una capa
verde y tupida por donde no penetra el sol. Alli
tuvo un altar de madera construido por
el
mismo,
que
fue
dcspues
al
convento
y
en seguida al poder
de
tnl
coleccionista; bajo el ramajc de aquel arbol
solia sentarsc a tocar su migico violin, con el cual